Voy a obligar a mi chico a que no se ponga las gafas de sol, hoy le he visto bien, pero muy muy bien los ojos y he hecho un gran descubrimiento... tiene los ojos preciosos. Le daba el sol de cara, y aunque se ha quejado mucho lo he ignorado un poco, porque así podía verlos un rato más.
Tenía las pupilas muy pequeñitas, alrededor de ellas una finita línea marrón, pero un marrón intenso, como el del chocolate que tanto me gusta, el de un grano de café... o como el del cuero que tanto cuesta curtir... y cuando le brillan los ojos es como la tierra cuando llueve, el marrón de tierra mojada, un color que provoca.
Le sigue otro trocito un poco más grande de color verde esmeralda. Me he dado cuenta de que me encanta el verde, el color de la esperanza, color resplandeciente y discreto, significa juventud, deseo, naturaleza, equilibrio y descanso. Si el verde transmite todo eso quiero quedarme mirándolos toda la vida.
Pero no acaba ahí, les sigue otra línea de verde más claro, casi rozando el amarillo...como el que tienen las hojas cuando empiezan a decolorarse en otoño, justo antes de caerse... un verde suave, que después del huracán de los dos colores anteriores te transporta a la calma, un poco como él, tan intenso y tan suave.
Y al final...una línea negra le perfila el iris, indicándote que has llegado al final del viaje.
Me dice que tiene los ojos melosos... yo en realidad...sólo sé después de haberlos estudiado que los tiene preciosos. Tiene los ojos preciosos...tan preciosos y profundos como tiene la mirada, una mirada...que atraviesa, pero atrapa, y no puedo apartar la vista de ella... por eso me emboba cada vez que me mira y cada vez que no lo hace, pensando que ojalá lo hiciera...
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